HÔPITAL REYES CATHOLIQUE
Dar el Annabi
Sidi Bou Saïd, como evoca un antiguo proverbio árabe, “La vela no está ahí para alumbrarse a sí misma”. De la misma manera, el sol que baña esta ciudad mágica no ilumina solo para sí mismo, sino que se refleja en las paredes blancas y azules de sus casas, capturando la luz y conservándola en una pureza que parece eterna, como un testimonio vivo de su propia identidad.
Fotos y Textos: Guillermo Cachero
Ubicada en Túnez, un país del norte de África rico en historia y cultura, Sidi Bou Saïd encarna el alma del Mediterráneo. Túnez, que fue hogar del poderoso imperio cartaginés y más tarde se vio influenciada por la hegemonía francesa, es un crisol de civilizaciones. Desde la vibrante capital, con su famoso Museo del Bardo y su vasta medina, hasta las playas turísticas de Hammameth, Túnez ofrece múltiples facetas a sus visitantes. Sin embargo, entre estos destinos, Sidi Bou Saïd brilla con un resplandor especial, una joya que encierra siglos de historia y encanto.
Sidi Bou Saïd, una vez conocida como Djebel Manar, o la “Montaña del Faro”, domina una de las bahías más impresionantes del Mediterráneo. Este pequeño pueblo, antaño hogar de pescadores, se ha ganado con creces el título de la “Joya de Túnez”. Si Sidi Bou Saïd fuera una piedra preciosa, sería un lapislázuli, por el azul profundo que adorna sus puertas, ventanas y rejas, un color que parece invocar el infinito del cielo y del mar que la rodean.
El nombre actual del pueblo le rinde homenaje a Sidi Bou Saïd, un místico sufí que, en el siglo XIII, llegó a este lugar y lo convirtió en un centro de enseñanza espiritual. Atraído por la serenidad de su entorno, encontró en esta ciudad un refugio para la contemplación y la difusión de la filosofía sufí, que predica la pureza espiritual y la unión con lo divino. Sus seguidores, inspirados por su mensaje, hicieron de Sidi Bou Saïd un lugar venerado, y pronto, príncipes y notables construyeron palacios y residencias veraniegas en esta colina que ofrece vistas panorámicas del mar.
La ley que regula los colores de las casas y rejas de Sidi Bou Saïd, decretada en 1915, no fue una simple decisión urbanística, sino un tributo a la filosofía del sufismo y a su patrón. El blanco de las casas simboliza la pureza del alma, mientras que el azul, que tiñe las rejas, representa la inmortalidad, el infinito y lo sagrado. Esta armonía cromática le otorga al pueblo un aura casi mística, una sensación de paz que embarga al visitante desde el primer momento.
Hoy, la fama de Sidi Bou Saïd ha traspasado fronteras. Artistas, cineastas y escritores han quedado cautivados por su belleza. Indiana Jones: En busca del arca perdida es solo una de las películas que ha aprovechado este pintoresco lugar como escenario. Pero a pesar de la atención mediática y el flujo constante de turistas, el pueblo conserva su esencia, como un lugar donde el tiempo parece detenerse y la historia se respira en cada rincón.
Caminar por sus calles es como recorrer una galería de arte al aire libre. Cada puerta, decorada de manera única, es una obra maestra, y los visitantes no pueden evitar fotografiarlas una y otra vez. Las tiendas locales ofrecen pequeños recuerdos que replican estas puertas en forma de imanes, un símbolo de la belleza y el encanto del lugar. En su plaza principal, rodeada de cafés y tiendas, el Café des Nattes, o “Café de las Esteras”, invita a descansar mientras se disfruta de un té con piñones. Este famoso café, situado en un pequeño montículo, no solo es un lugar de descanso, sino también un mirador privilegiado desde el cual se puede observar la vida que fluye por las calles.
Sidi Bou Saïd también alberga dos museos de gran interés. El primero es el Museo de Música Árabe y Mediterránea, ubicado en el palacio Ezzahra Ennejma, una joya de la arquitectura andalusí donada por el Barón d’Erlanger, quien fue también el promotor del famoso decreto de los colores del pueblo. El museo, con su elegante patio y jardines, es el lugar perfecto para apreciar la herencia musical árabe, así como la impresionante arquitectura de su época.
Este museo palacio, de nombre EZZAHRA ENNEJMA, al que se accede después de un largo paseo por su jardín, es como no podía ser de otra manera de color blanco y sus ventanas y rejas azul. Con una sencilla fachada, desnuda sin esculturas ni molduras y una puerta de hierro forjado.
Su interior es de estilo árabe-andalusi, con un bello techo de madera dorada, poco mobiliario y alfombras persas en su suelo, de paredes revestidas en mármol, azulejos y cerámicas y un patio interior donde se celebran festivales durante las jornadas veraniegas. En el que tuve la gran suerte de presenciar una actuación de un grupo integrado por musicos de Marruecos, España, Argelia y Túnez, que ofrecieron una mezcla de sonido árabe-andaluz. Un concierto extraordinario y muy recomendable.
Y si el palacio se visita en cualquier época, recomiendo visitarlo en alguno de sus muchos festivales que celebran durante el año.
El segundo museo, Dar el Annabi, es una hermosa casa de estilo andalusí con un jardín interior lleno de exotismo, donde el jazmín, la flor típica de Túnez, perfuma el aire. El segundo museo es una vivienda en plena calle Habib Thameur, una calle que más bien parece un bazar por las tiendas que se encuentran a cada lado, es el lugar ideal para comprar imanes y cuadros de las bellas puertas de la villa. Además con pequeños talleres donde podemos ver a los artesanos trabajar objetos de cobre y latón. Y, en el ensamblaje de alambres, para darle forma a las típicas e inconfundibles jaulas. Que son solo objeto de decoración, para cualquier salón patio terraza o colgarlas en la puerta de una vivienda como un objeto que nos reporte suerte, nunca como una prisión para animales. Este segundo museo es la residencia de DAR EL ANNABI, una vivienda que fue construida a finales del s. XVIII y reconstruida en el siglo XX. Con una puerta decorada que llama poderosamente la atención y, desde la que se accede a su interior por un módico precio. Un hermoso patio de estilo andalusi con una fuente cubierta de jazmín nos da la bienvenida. El jazmín está muy presente en toda la población, la típica flor tunecina.
La vivienda tiene un patio exterior y otro interior con unas escaleras que dan acceso a una terraza, donde podemos disfrutar de una panorámica extraordinaria desde la que se que se divisa toda la población y la bahía. Su recorrido nos lleva a la sala de verano, el lugar donde se efectuaba la siesta. Otra sala qué, se empleaba para la recepción de las visitas, en la que podemos ver unas figuras de cera que representan tal acontecimiento. Pero de todo, el lugar más atractivo es el jardín interior, que se encuentra centrado por un “impluvium” una antigua cisterna subterránea que recoge el agua de las terrazas. Plantas exóticas que rodean una gran jaula del estilo representativo de Sidi Bou Saïd. Y objetos de decoración de estilo árabe y botijos beréber, donde se solían guardar las reservas de aceite y de sémola.
Después de visitar esta hermosa vivienda, continuamos nuestro recorrido por Sidi Bou Said, despacio, porque cada fachada, cada detalle, nos roba una mirada. Las ventanas de rejas talladas y las celosías moriscas encierran, en su misterio, siglos de historias y la pasión de un pueblo por el arte de lo cotidiano. Y luego, las puertas, tantas de un azul profundo que parece resonar con el cielo y el mar, son verdaderas obras de arte, guardando secretos en sus colores y en las vetas de su madera trabajada.
Pasamos entonces a un rincón de encanto con vistas privilegiadas, donde paramos a disfrutar de un té con piñones, una tradición en el Café de las Esteras. Este lugar, una parada imprescindible, se encuentra en la plaza principal de Sidi Bou Said, justo en la entrada del pueblo y cerca de la mezquita de Abou Said al-Beji. Esta plaza es uno de los puntos de referencia de Sidi Bou Said, donde muchos visitantes inician su recorrido para explorar las calles empedradas y las vistas al mar.
Nuestra siguiente parada es la mezquita de Abou Said al-Beji, o mezquita Zawiya, una joya arquitectónica de la región y un lugar profundamente espiritual. En su esencia arquitectónica, la mezquita nos devuelve al pasado, cuando el santo sufí Abou Said al-Beji buscó paz y retiro espiritual en esta tierra. Ubicada en la plaza 7 de noviembre, la mezquita no es solo un sitio de culto; también es un punto cultural e histórico que refleja, como un espejo, el estilo andalusí y la serenidad de esta villa costera. Arcos estilizados, mosaicos de colores y un minarete que se eleva sobrio entre los muros blancos nos recuerdan la belleza en la simplicidad.
La mezquita Zawiya es, ante todo, un lugar donde el espíritu se encuentra. Aquí, en el centro de Sidi Bou Said, convergen quienes buscan, en el sufismo, una conexión más personal y directa con lo divino. Es un espacio de oración, pero también un centro de convivencia donde late la cultura de la ciudad. Es un símbolo espiritual que ha atraído, por siglos, a artistas, pensadores y viajeros que encuentran en su silencio y su misticismo una fuente de inspiración.
Desde allí, el paisaje nos conduce de nuevo hacia el horizonte, donde el mar azul se encuentra con el cielo. Justo allí, en lo alto, el Café Restaurante Sidi Chebaane se convierte en la joya fotográfica de la ciudad, inmortalizado en tantas imágenes, como un ícono de Sidi Bou Said. Su ventanal, abierto al infinito azul del Mediterráneo, lo ha convertido en uno de los lugares más visitados de la ciudad. En su atmósfera, se respira esa mezcla única de historia, mar y cielo que convierte a este rincón de Túnez en un refugio de belleza y paz.